Bien es sabido que el ocio, como fenómeno social, constituye un terreno fértil para la reproducción de estructuras, imaginarios y estereotipos sociales diversos que pueden contribuir, entre otras cosas, a perpetuar las desigualdades e injusticias asociadas a cuestiones de género. Aún hoy, resulta complejo encontrar prácticas o actividades (deportivas, bailes y danzas, videojuegos, actividades culturales como el cine o la televisión, etc.) ajenas a representaciones de género que, bajo el estigma de la normalidad, exponen y, en cierta medida, imponen formas de ser, pensar y hacer diferenciadas, en función de una determinada asignación a un género u otro.
Sin embargo, no es menos cierto que, en este escenario en el que el ocio se revela como un poderoso instrumento al servicio del “status quo”, esto es, del modelo dominante de heteronormatividad, emergen también indicios y voces de cambio que visibilizan la versatilidad del ocio y su capacidad para actuar en una doble dirección, bien como fenómeno productor y reproductor de las estructuras dominantes de poder que alientan la discriminación basada en las diferencias derivadas del género; o bien como ámbito de reivindicación, resistencia y transformación hacia nuevos modelos de equidad, sustentados en el valor de la diversidad y la superación de formas binarias de pensamiento. En definitiva, y recurriendo al término “deconstrucción” empleado por Butler, si el ocio puede favorecer la construcción del género ¿por qué no va a permitir deconstruirlo? No cabe duda de que revelar cómo es y será durante los próximos años uno de los grandes retos de los Estudios de Ocio y la Recreación.
