Tan asumido e interiorizado se halla el derecho al ocio en las sociedades contemporáneas, que nadie, o casi nadie, contempla la posibilidad de restringir voluntariamente sus oportunidades de ocio, pensando en los efectos colaterales de su disfrute, en las y los damnificados de su ocio o en las implicaciones de sus experiencias. Sin embargo, más allá de las limitaciones o barreras (económicas, sociales, familiares, laborales, de salud, políticas, etc.) que, de facto y por razones ajenas a la voluntad propia, cada persona experimenta en su ocio, habría que considerar otras cuestiones imprescindibles para avanzar hacia un ocio sostenible, responsable y, en definitiva, un ocio humanamente digno. ¿Seríamos capaces de disfrutar de la misma forma si supiésemos que el caballo ganador de la carrera que estoy viendo morirá exhausto por el esfuerzo tras el evento? ¿si pudiésemos visualizar los efectos devastadores de la marcha deportiva en la que participo sobre el espacio natural en el que transcurre? ¿si tomásemos conciencia de las condiciones de explotación en las que muchas personas (niñas, niños, personas adultas) trabajan para que otras disfruten del ocio? ¿si conociésemos la verdadera contribución del turismo a mitigar la pobreza de la población local en destinos turísticos en vías de desarrollo?
Es evidente que la respuesta deseable a estas cuestiones sería negativa, pero la realidad se torna un tanto más sutil, evidenciando que entre teoría (lo deseable) y praxis (realidad) median otras variables que ponen en entredicho la dimensión ética del ocio contemporáneo. Un ocio en el que el derecho individual y la inmediatez de su ejercicio cobran primacía, obviando posibles confrontaciones y colisiones con la igualdad, la justicia y el bien común (sobre todo, si estas son ajenas, remotas y no inmediatas). En cualquier caso, no se puede apelar al desconocimiento o a la falta de información para explicar la ceguera ética que parece acompañar al ocio actual. ¿Cuál es la diferencia entre intuir y conocer el lado oscuro del ocio? ¿Y entre conocer y tomar conciencia sobre ello? ¿Qué ha de suceder para que entendamos que nuestro derecho al ocio se agota en el momento en que colisiona o impide el cumplimiento de los derechos de los demás, sean personas, ciudades, patrimonio cultural, espacios naturales, animales, etc.? El auténtico ejercicio de un ocio sostenible y responsable es aquel que asume, acepta y se autoimpone limitaciones, que lejos de mermar el valor e intensidad de su disfrute, lo intensifican, al alinearlo y hacerlo compatible con los atributos de una vida humanamente digna. Sostenibilidad, justicia social y bien común son valores a los que el ocio contemporáneo nunca debió renunciar, pues emulando una conocida frase de Epicuro (341- 270 a.C.), no puede haber ocio digno, si éste no es también un ocio responsable, sabio, honesto y justo, ni se puede cultivar la responsabilidad, sabiduría, honestidad y justicia en el ámbito del ocio, sin disfrutar de un ocio digno. Así pues, quien no cultiva un ocio con estas cualidades, tampoco podrá gozar de un ocio humanamente digno y pleno.
Si este es el objetivo, pensemos desde los Estudios de Ocio y Recreación cómo reivindicar, restaurar y fortalecer la dimensión ética del ocio contemporáneo.